La principal baza del éxito de la serie de animación manga 'Bola de Dragón' de Akira Toriyama era su sentido del humor. Pero nada de eso hay en 'Dragonball Evolution', la película que se estrena este miércoles
Ordenaditos y clasificados por orden de interés nos muestran a todos los que alguna vez disfrutasteis del "Bola de Dragón" de Canal Sur, las diferencias entre aquella serie de animación y la película que ahora se estrena:
1.—Un reparto al gusto de todo el mundo. Siempre se ha dicho que los dibujantes de manga pintan redondos y grandes los ojos de sus protagonistas para asemejarlos al ideal de belleza occidental, pulsión similar que les lleva a adorar a David Beckham. Pues bien, el hongkonés James Wong ('Destino final') ha decidido tirar por la calle de enmedio y hacer una miscelánea racial. Así, el actor que hace de Goku, todo un icono de la cultura japonesa de las últimas décadas, no es bajito y cabezón (ni tiene rabo de mono del espacio) sino uno de los hombre más blancos de América (Justin Chatwin, hijo de Tom Cruise en 'La guerra de los mundos'). Bulma (interpretada por Emmy Rossum, 'El fantasma de la ópera') es la otra occidental del reparto si obviamos a James Masters, californiano, cuyos rasgos dan igual porque se ocultan tras el maquillaje verde del malvado Piccolo. El resto de 'protas' visten ojos rasgados. Cuando se conoció el cast definitivo el verano pasado, internet se convirtió en un hervidero.
2.— Un malo de entidad. El que se las hará pasar canutas a nuestros amigos es el namekiano Lord Piccolo. Predomina por encima de la calidad actoral de Marsters el maquillaje, que, por ridículo, provocó risas en las fotos filtradas previas a la postproducción, hecho que desató los rumores de una posible cancelación de la cinta. Les haya salido bien o no la caracterización, su inclusión en la trama es razonable, ya que es, de largo, el más temible bicho que salió en la serie blanca de 'Dragonball'. No parece tan comprensible la elección de su esbirra Mai, quien originariamente servía al villano Pilaf, el primero de la serie. Por otro lado, los que les sirven de soldados a ambos vienen a ser una mezcla entre los Power Rangers y los protagonistas de Mortal Kombat. ¡Estética escuálida al poder!
3.— Fidelidad con el original. A pesar de que el creador del manga Akira Toriyama no se ha mostrado en contra, muchos fans se rasgarán las vestiduras al apreciar que Goku no es un analfabeto glotón y revientacráneos sino un hormonado estudiante de instituto. Si Toriyama hubiera enfrentado a su protagonista a una simple suma de dos dígitos, se le habría quedado cara de Chicho Terremoto para, acto seguido, caerse al suelo de espaldas dejando una pierna en alto. Aquí, en ocasiones, hasta tiene cara de listo. Otras imprecisiones de bulto son ver a un Yamcha descafeinado, más partidario de las armas de fuego que de las patadas voladoras, y la ausencia de Krilin, el mejor amigo de la infancia de Goku.
4.— Exaltación de la naturaleza. Todo es más urbano aquí que en la tira cómica. Coches de grandes cilindradas, sofisticados escenarios y un entorno muy propio del siglo XXI chocan con la austeridad paisajística que recordábamos. La trama se desarrolla en un mundo más moderno que el de 'Dragonball Z'. Y ni rastro de la ecológica nube Kinton.
5.— Grandes coreografías de lucha cuerpo a cuerpo. Las artes marciales reflejo del ideal de nobleza que siempre quiso mostrar Toriyama son aquí sustituidas por fuegos artificiales que toman importancia capital en los duelos más destacados. Los intercambios de patadas y puñetazos preliminares que podían durar varios capítulos, como cuando Oliver Atton subía el balón hasta el campo del San Francis —o las caricias del sexo bien entendido—, son descartadas en beneficio de explosiones de energía. Eso sí, el kame-hame-ha es bastante molón.
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