"Los cabellos caen, caen por separado, de uno en uno, pero después tienden a juntarse, forman una madeja ondulante en el agua y a veces son la urdimbre que atasca las cañerías. Mamá Olinda comentó un día que, en los cuentos de antes, los cabellos sueltos se iban volviendo serpientes de agua. Ella lo dejaba caer: He oído que. Y a lo mejor no insistía más en el asunto, que quedaba flotando en el agua, arrastrado como una hoja caída. Porque ésa es otra, que a mí las hojas me parecen más grandes de lo que son cuando flotan en el agua, son balsas en las que van pequeñas ranas o mariquitas, esas que llaman bichitos de Dios. Qué serenas, qué atentas van la mariquitas en sus embarcaciones improvisadas. Y lo mismo pasa con los grandes. Que no se inquietan. El caballo que se llevó el río Mandeo al bajar la marea llegó hasta el océano y lo pescaron unos de Malpica, que exclamaron con razón: ¡Lo que da el mar de sí, Virgen Santa, sin echar ni una palada de estiércol!"
De Los libros arden mal de Manuel Rivas.
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